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CAPÍTULO 9

PRIMERAS ESTANCIAS


 

El gaucho Primeros terratenientes Evolución de la propiedad

 

EL GAUCHO

   No tendría sentido hablar de las primeras estancias y de los grandes terratenientes, si primero no habláramos del gaucho.

   De la conquista española surge un nuevo tipo de hombre, netamente americano y exclusivamente nuestro: el gaucho, hijo directo de españoles.  Fue enemigo del indígena desde el principio de su vida y al final su vencedor, para caer vencido a su vez por la pujanza de la gente de la nueva Argentina..

   La conquista que España realiza en el nuevo mundo y luego la formación de sus colonias, lo hace a expensas de sus soldados, aventureros en su mayoría, nobles empobrecidos y segundones que traían la espada y la ambición, atraídos por las tierras del oro y de la plata.

   España tenía que colonizar a toda costa sus nuevos dominios y trae una numerosa expedición y los primeros planteles colonizadores integrados por matrimonios españoles.

   Estos fueron los primeros pobladores de las pampas o de la provincia de Buenos Aires y del litoral bonaerense y la descendencia de ellos, arranca el criollo que luego fue designado GAUCHO.

   Este personaje típico del campo argentino aparece en una imprecisa fecha como un tipo humano definido. La palabra gaucho, ha sido preocupación de muchos filólogos para encontrar su etimología. Pedro Inchauspe lo define como un modismo de uso común en nuestro país, para designar al habitante del antiguo campo abierto; el hombre del caballo, del lazo, de las boleadoras y del facón que necesitaba para campear por su respeto, en un ambiente lleno de peligros y donde cada individuo se encontraba librado a sus propias fuerzas.

   Ricardo Rojas en sus escritos dice, que el nombre gaucho ha prosperado de las etimologías del francés "gauche" y del árabe "chaouch".  El filólogo Lenz, se inclina al pehuenche ("cahu"), que significa amigo, camarada o la voz "cauche" (también de los indios araucanos y patagónicos) que la empleaban para definir al hombre fino y astuto....y después de otras consideraciones, termina diciendo: "gaucho es el hombre que goza de su libertad en la pampa argentina".  Esta teoría de Rojas -dice Pedro Inchauspe- coincide con la sustentada por Azara y Concolorcorvo, quienes ya en el siglo XVIII usaron la palabra "gauderío" para designar a los jinetes rioplatenses.  

   En cambio Paul Groussac escribió, que gaucho es una corrupción por trasliteración de vocales de la palabra "guacho", del idioma quichua, que significa abandono, huérfano.  Y así, otras definiciones que quisieron sacar a la luz el origen de la palabra gaucho.  Pero sea lo que fuere, era el hombre popular argentino del campo, que trabajaba con la hacienda vacuna.

   Carlos Octavio Bunge, sociólogo, abogado, profesor y publicista argentino, hizo un detenido y profundo estudio del gaucho: "Era fuerte por su complexión física; cetrino de piel tostada por la intemperie; mediano de estatura, recio y sarmentoso de músculos por los continuos y rudos ejercicios, agudo en su mirada, habituado a sondear las perspectivas del desierto.

   El gaucho se entregó al pastoreo, su medio de subsistencia, pero en una forma peculiar, distintas de las hasta entonces y por los vacunos dispersos en estado cimarrón y su fácil propagación sin los cuidados del hombre.  El gaucho dividía su faena entre apresamiento del ganado salvaje o en domesticación a campo raso; en cambio desdeñaba la agricultura que apenas conocía.

   El gaucho, hijo de españoles puros, se formó en la inmensidad de la pampa.  Así como el "roto" es chileno, el "cholo" peruano, el "llanero" venezolano, el gaucho es el arquetipo popular argentino.   El gaucho fue la persona que los grandes estancieros y hacendados usaron, para la lucha contra el indígena

   El avance de la "Frontera Sur", estuvo ligado a la apropiación de las tierras de la zona por parte de hacendados y comerciantes de la ciudad de Buenos Aires.  Avances y retrocesos estuvieron marcados por las relaciones, muchas veces conflictivas, entre indígenas y blancos, como se vio en el capítulo anterior.

   Las fuerzas militares ubicadas en fortines y la ocupación económica del territorio sobre la base de grandes estancias, fueron las formas mas comunes de consolidar el dominio de la sociedad criolla, por sobre el territorio conocido por los indígenas.

   Las estancias se ubicaban en las proximidades de los indígenas que, desde la perspectiva del hombre blanco, pasaban de condiciones pacíficas a belicosas con extrema facilidad, al no distinguir los estancieros las diferencias entre las distintas tribus que poblaban la región.

   En el año 1810, el río Salado era la frontera entre indígenas y blancos.  La Revolución de 1810 cortó por un tiempo la continuidad de su cuidado que venía desde el año 1790.  Pero en el año 1817, se lleva a cabo la fundación de la "hoy" ciudad de  Dolores, el primer centro de población surgido al sur del río Salado.  Se necesitaba de hombres adinerados, hacendados o estancieros, que pudieran disponer de armas y hombres para la lucha contra el indígena.

   En el año 1820, el entonces gobierno nacional, derrumbado, dio autonomía a Buenos Aires y ésta heredó  los ingresos fiscales.  Esto permitió el retorno a una política mucho mas activa de expansión sobre el territorio indígena.

   Tomando como puntos de referencia a los fuertes de Laguna de Potroso o Fuerte Federación (hoy ciudad de Junín),  el Cruz de Guerra (hoy 25 de Mayo) y el Fuerte Independencia (hoy Tandil), se fue formando la línea fronteriza, la que se uniría mas tarde con las fortificaciones Laguna Blanca y Azul.  Así, la zona de frontera quedaba situada en la retaguardia de los actuales partidos de Rojas, Junín, Bragado, 25 de Mayo, Azul, Tandil y La Lobería.

   Con la incorporación de los territorios entre el río Salado y la primera cadena de las sierras pampeanas, se produce el abandono por parte de los indígenas de las tolderías concentradas desde el Vuulcán (hoy Puerta del Abra), hasta el Cairú (sierras del Tandil), arreando y protegiendo su ganado y sus vidas, hacia el interior del territorio.  A partir de allí, el comercio indígena se fue concentrando en el Oeste y en el Sur.  Con el paso del tiempo, fueron los puestos y pulperías de la frontera los que acapararon tal actividad.

   A fin de 1814 y principios del año 1815, con la instalación de la "Estancia de Miraflores" en la laguna de Kaquel Huincul (hoy Partido de Maipú), comenzó un progresivo avance sobre la región.  El nuevo asentamiento tuvo muchísimos conflictos con las tribus dominantes y con algunos dispersos pobladores "blancos" que se habían aventurado en la zona.

   Los problemas con los indígenas fueron salvados transitoriamente por el estanciero Francisco Ramos Mexía, mediante negociaciones que permitirían una convivencia pacífica y que incluían un fructífero intercambio comercial (1).  Los restantes habitantes, ante la alteración del uso del territorio, se vieron obligados a arriesgarse mucho mas allá de la línea de frontera.  Siempre por influencia o por rango militar, pudieron acceder a nuevas tierras al otro lado de la línea fronteriza.

   Quienes accedieron en un primer momento a las tierras, fueron aquellos hacendados o estancieros que vivían en las inmediaciones o dentro de los límites de los terrenos solicitados y que disponían de armas, hombres y ganado suficientes como para realizar las poblaciones necesarias.  Un ejemplo de esto, es el del Coronel Pablo Ezeyza que recibe del Estado una donación de 96 leguas cuadradas (260.000 hectáreas) en el actual partido de Mar Chiquita, casi su totalidad, en octubre del año 1815 (2), como reparación por la pérdida de otras estancias de su propiedad en Entre Ríos y la Banda Oriental, en el conflicto con Artigas.  Esa cantidad de tierras, equivale casi a la totalidad de las tierras del actual Partido de Mar Chiquita.

   Esta forma de acceso a la propiedad de las tierras, denominada "merced", era una vieja tradición colonial.  El rey de España la otorgaba en forma de premio por acciones de guerra o servicios prestados a la Corona de España.

    Los distintos gobiernos revolucionarios que se sucedieron desde 1810, acuciados por problemas políticos, económicos y sociales, fueron extendiendo este uso hasta principios de la década de 1820.  Esta continuidad estuvo condicionada, por ser los hacendados y saladeristas de Buenos Aires, los pocos interesados en ocupar esas tierras o porque no estaban dispuestos a arriesgar su capital donde la amenaza del indio era constante. A su vez la voluntad del Estado provincial por poblar y poner en producción las tierras de la zona, encontraba en ese sistema una forma de seducir a los ganaderos con grandes extensiones, ajenas a su control (3).

   El Estado reglamentó el otorgamiento de estas donaciones, el 15 de noviembre de 1818, con vistas a poner en disponibilidad las tierras ubicadas hasta las proximidades de la sierra del Vuulcán (Volcán).  Las obligaciones para quienes las solicitaban estaban encuadradas dentro de ciertas normas, como mensurar, poblar, establecer vínculos con los indígenas con vistas a su pacificación y fundamentalmente, estar en plena disponibilidad para la defensa común contra los malones.

   Los hacendados solicitaron enormes extensiones de tierra en la zona, las cuales variaban entre las 12 y 40 leguas cuadradas (la legua cuadrada equivale a 2.700 hectáreas).  Explicaban en su solicitud que destinarían esas tierras para la cría del ganado, reservando de ese modo las que poseían en zonas mas cercanas a Buenos Aires para el engorde del mismo (invernada).  Esto está detallado en las solicitudes de Pedro Alcántara Capdevila, quien solicita tierras en esta zona para trasladar ganados que tiene ubicados en la localidad de Quilmes y de Lorenzo López, quien exponía sobre los grandes riesgos que representaba invertir su capital en un establecimiento ganadero tan lejano (4).

   En el año 1819, en esta región que hoy se ubica el Partido de General Pueyrredón, solicitaron sus "mercedes" Pedro Alcántara Capdevila, Lorenzo López, Pedro Trápani y Patricio Linch.  Estos eran importantes saladeristas con creciente prosperidad vinculada al incremento de las exportaciones de cueros y tasajo. Ellos desconocían la zona y sólo se guiaban por las referencias de la región que habían hecho algunos expedicionarios, como el Coronel Pedro Andrés García, que había estado por estos territorios en el año 1811.  Con el tiempo, Lorenzo López vendió su "derecho" a la Sociedad Rural Argentina, quien litigó con Pedro Trápani hasta el año 1838 por las tierras del llamado Rincón de los Lobos, ubicadas entre Punta Mogotes y el Arroyo Las Brusquitas (actual límite sur del Partido de Gral. Pueyrredón).

   Relativamente estabilizada la frontera con la disminución de los malones, accedieron a las tierras, importantes comerciantes, barraqueros, saladeristas y hacendados, que vieron en su incorporación la posibilidad de una inversión a largo plazo.  Los nuevos propietarios completaban de esta forma los negocios que realizaban en la región norte de la provincia, en partidos como los de Quilmes y Ranchos.  Esto les permitía criar en nuestra región el ganado, engordarlo en Quilmes o Ranchos y faenarlo y comercializarlo, en la ciudad de Buenos Aires.  Otros propietarios se limitaban, en cambio, a solicitar las tierras a bajo o nulo valor y luego transferirlas a medida que los indígenas de la región, permitían la expansión y población de las estancias, obteniendo de esto importantes beneficios.  En estas condiciones reciben tierras en los límites del actual Partido de Gral. Pueyrredón, Pedro Antonio Capdevila, Pedro Trápani y Lorenzo López, quedando como vecinos de éstos, las estancias de Pablo Ezeyza, al Norte y Patricio Linch, al Oeste.

   Hubo dos casos llamativos. Uno fué el del Dr. Francisco José Planes, quien solicitó en el año 1813, las tierras baldías ubicadas "...de esta ciudad como 90 leguas de la costa sur entre Cabo Corrientes y el Cabo San Agustín". Pero como el cabo San Agustín no existía, el Dr. Planes no pudo obtener las tierras que solicitaba.

   El otro caso que llama la atención, es el del Sr. Lorenzo López.  Su pedido dio lugar a un largo pleito con el Sr. Pedro Trápani, por las tierras ubicadas en el denominado "Rincón de los Lobos" (Zona sur del hoy Ptdo. de Gral. Pueyrredón) que finalizó recién en el año 1838.  En el curso del litigio, aparecía como prueba de la posesión de las tierras, un singular testimonio de un indígena, por el cual se dejaba entrever que el Sr. Lorenzo López habría comprado sus tierras del "Rincón de los Lobos" al Cacique Negro o Yampilcó.  El manuscrito en cuestión, entregado a Juan Manuel de Rosas en el año 1833, expresaba que:  "...Lorenzo López debe todavía cincuenta yeguas, cuarenta pesos plata y dos sacos de yerba, que le falta pagar por las tierras que le vendió en el Rincón de los Lobos cuando estaba en las Dos Islas, cóbralo también hermano...".

   Esta situación era común para las costumbres de la época, ya que la convivencia de los criollos con algunas tribus indígenas venía de largos años y distintos estancieros de la región mantenían vinculaciones con los indígenas del lugar, tal como Ramos Mexía, al establecerse en Kakel Huincul (actual Partido de Maipú), en los años 1814/1815.

   Estos primitivos intentos de ocupación fracasaron como consecuencia de sucesivos levantamientos indígenas y fue posible recién, con la instalación del "Fuerte Independencia" (actual ciudad de Tandil) en el año 1823.  Ya hacia 1825 se pudo garantizar la instalación de las estancias en la zona, con la expedición cívico-militar de Rosas, Lavalle y Senillosa.

   La característica de nuestros territorios se mantuvieron sin variaciones hasta la década de 1850, en que la explotación del ganado vacuno dio paso al ovino.  La organización de las estancias fue la típica para la época, una población principal con los corrales para el ganado y algunos puestos ubicados en los límites de la propiedad.  La vida social se realizaba en algunas de las pulperías que existían en las inmediaciones, siendo la primera que se tiene noticia, la que ubican Cramer y Chiclana en el año 1836, cuando miden la estancia de la Sociedad Rural y dan cuenta de la "Pulpería Barroso".

   La denominación "estancia", fue aplicada a establecimientos rurales de distinto tipo, desde el siglo XVIII hasta nuestros días. En esta región eran empresas dedicadas a la producción agropecuaria cuya organización fue variando con el tiempo, desde la primitiva estancia colonial dedicada a la producción de cueros y carne vacuna, con predominio para el saladero, hasta la estancia actual productora de ganado de buena calidad y cereales.

   Los primeros establecimientos instalados en la zona tenían un casco de estancia central, hecho de dos o tres habitaciones de adobe, seguido de una ramada que oficiaba como cobertizo para varios fines, dos o tres corrales para el ganado principal que estaban a cargo de un peón, una cocina para los peones, un aljibe y algunos árboles para sombra.  En los límites de la propiedad estaban los puestos, que eran ranchos de adobe de una sola habitación con un aljibe y cumplían con la función de vigilancia y cuidado del ganado, evitando que los vacunos se dispersaran mas allá de los límites de la propiedad o fueran robados por los intrusos que merodeaban por esos lugares.

   Las estancias tuvieron que afrontar la falta crónica de mano de obra durante la primera mitad del siglo XIX en toda la campaña bonaerense. Los puestos y poblaciones de los establecimientos se mantenían habitualmente con un mínimo de personal asalariado y en forma ocasional se contrataban peones o jornaleros, para las yerras, arreos o atención de las crías.  El contrato extra (conchavo) se realizaba ofreciendo salarios mas altos que los de los trabajadores estables. En el año 1841, Pablo Muñoz pagaba en su estancia de Lobería $ 100.- mensuales a su capataz y $ 60.- a sus peones, mientras que los jornaleros recibían $ 15.- diarios por tareas de yerra y aparte de terneros.

   Sin embargo ante la escasez de personal, este salario no resultaba suficiente para convocar o retener la mano de obra. Por dicho motivo, en 1815 el Gobierno central emitió un decreto por el cual, todo hombre que no acreditara ante el Juez de Paz tener propiedades, sería reputado como sirviente y quedaba obligado a llevar comprobantes de su patrón, visados cada tres meses, so pena de ser considerado vago.  Implicaba también vagancia transitar el territorio sin permiso del mismo Juez.

   Los declarados vagos sufrían cinco años de servicio militar en la frontera o dos años de trabajo obligatorio en caso de no resultar aptos para servir en el ejército. Tenían que trabajar o proteger las estancias.

   Estas disposiciones resultaron difíciles de implementar en la práctica, debido al poco poder de policía que podía ejercer el Estado en sus zonas de frontera.  Por esto, el creciente poder político de los hacendados y estancieros presionó hasta que a mediados de la década de 1820, logró que los Jueces de Paz se eligieran de una terna que presentaban los estancieros de la región y fueran ellos mismos los encargados de hacer cumplir esa legislación.  De esa forma, el aparato judicial y policial quedó definitivamente al servicio de la "disciplina" del trabajo en las estancias.

   La región que actualmente se conoce como Partido de Gral. Pueyrredón, perteneció hasta 1855 a la jurisdicción del Juzgado de Paz del Partido de Monsalvo, a pesar del fraccionamiento en el año 1839 de los Partidos de Lobería y Mar Chiquita, estando a cargo de José María Otamendi, con sede en su estancia La Ballenera, ubicada en la zona del actual Partido de General Alvarado.  

   En el año 1855, ya bajo la jurisdicción de Mar Chiquita, el cargo de Juez de Paz fué ocupado por José María Ezeyza, sucediéndole al siguiente año Inocencio Ortiz, con asiento en su casa de negocios de la Laguna de los Padres.  Desde el año 1857 fue designado Juan Ramón Ezeyza, con asiento en su estancia El Durazno; en el año 1859 Federico de la Llosa, con asiento en su estancia Loma Alta y en los años 1860/61 Benito Martínez, con asiento en el saladero de Patricio Peralta Ramos.

   Relativamente estabilizado el avance de la frontera y asentado el funcionamiento de las estancias, la preocupación de los estancieros de la zona se centró en conseguir la propiedad de las tierras que ocupaban. Quienes habían solicitado "mercedes" en 1819 y obteniendo la Enfiteusis en 1825, volvieron a insistir ante el gobierno, reclamando los títulos definitivos.  Pedro Alcántara Capdevila (en ese entonces miembro del Directorio del Banco Nacional) inició el trámite de propiedad, pero falleció en el año 1828.  Sus albaceas transfirieron sus dominios a otro fuerte hacendado, Ladislao Martínez Castro, tierras que hasta ese momento estaban en Enfiteusis y el "derecho acción a merced" en $53.500.-, obteniendo la donación definitiva por parte del Estado en el año 1830.

   La mayor preocupación para los estancieros, hacendados y pobladores estaba representada por la ruptura del inestable equilibrio con los indígenas.  Éstos invadieron por el Sur, en septiembre de 1826, obteniendo como respuesta la expedición del Coronel Rauch hasta la Sierra de la Ventana.  Luego de estos movimientos bélicos se mantuvo una relativa calma hasta el año 1829 cuando, se produjeron las invasiones devastadoras de los años 1829, 1831 y 1833, cuando los malones indígenas cruzaron el arroyo Las Brusquitas, con grandes pérdidas de hombres y ganado para las estancias de la zona.

   Las presiones de los hacendados, indujeron al Gobernador Juan Manuel de Rosas a organizar la llamada Expedición al Desierto, la cual resultó una operación militar disuasiva, con pactos y arreglos económicos, obteniendo el alejamiento de los malones indígenas en la región, por casi dos décadas.

   Las estancias recuperaron su producción, tanto de cueros con destino al puerto de Buenos Aires, como de animales para consumo local y de los fortines, Tandil, Bahía Blanca y Azul.  Las estancias no registraron variaciones, registrándose hasta finales de la década de 1840, solo cuatro establecimientos en los actuales límites del Partido, número casi similar al de las "mercedes" solicitadas en 1819.   

 

   LOS PRIMEROS TERRATENIENTES

   En nuestra región llegaron en el año 1819, Pedro Alcántara Capdevila, Lorenzo López, Pedro Trápani y Patricio Linch.  Luego con el paso del tiempo, se fueron sumando nuevos hacendados o estancieros (terratenientes) como, José María y Pablo Ezeyza, Marcelino Martínez Castro, los hermanos Ladislao y Marcelino Martínez Castro.

   La vida de las estancias se vio profundamente alterada como consecuencia del levantamiento que, contra el gobierno de Juan Manuel de Rosas, organizaron los llamados "Libres del Sur" en 1839.  Los estancieros del Sudeste de la provincia se comprometieron en su mayoría con el levantamiento y, una vez derrotados, sufrieron las lógicas persecuciones y embargos de tierras y ganado. El grupo de estancieros derrotados por Rosas, estuvo encabezado por Pedro Castelli, Ambrosio Crámer (presidente de la Asociación Rural Argentina) y Marcelino Martínez Castro (hermano menor de Ladislao Martínez Castro) y mayordomo de la estancia "Laguna de los Padres" y fueron acompañados por otros estancieros de la zona, como Ezeyza, Otamendi, Ramos Mexía, Miguens, Guerrico y Lastra.

   Tal era el grado de adhesión de los estancieros lugareños que, Marcelino Martínez Castro le ofreció al General Lavalle desembarcar en el puerto de la estancia que administraba, donde lo esperaría con más de 2.000 hombres, durante cinco noches con fogatas encendidas para su mejor ubicación.  El General Lavalle, finalmente desechó esta estrategia por considerar dicho puerto, demasiado expuesto a un ataque del enemigo.

   Derrotado el alzamiento, la mayoría de los campos y ganado de la zona quedaron confiscados.  Varias estancias permanecieron  en estado de semiabandono, hecho que facilitó la aparición de malones indígenas.  Desde Laguna de los Padres hasta el arroyo de la Nutria Mansa, no había vida estanciera.

   Esta situación fue aprovechada por un amigo personal del Gobernador Rosas, José Gregorio Lezama (propietario de tierras vecinas en la zona de Balcarce). En 1847, compró por un bajo precio (241 onzas de oro por legua cuadrada), los campos de Ladislao Martínez Castro y unos 500 vacunos confiscados a su hermano Marcelino Martínez Castro. Además, ese importe (7.500 onzas de oro) incluía facilidades a cinco años de plazo.  De contado entregó 2.000 onzas y el resto en el plazo mencionado.

    Tres años mas tarde, en 1850, Lezama compró también la estancia "La Armonía" y en el año 1852, compró la estancia "San Julián de Vivoratá".  En el año 1857, vendió los tres establecimientos a un consorcio brasileño-portugués, encabezado por el Barón de Mauá, en 30.000 onzas de oro (casi 600 onzas por legua cuadrada), lo que da una idea de la excelente inversión que realizó.   El Barón de Mauá, quedó como propietario del 50 % de las tres estancias, mientras que el otro 50 % se repartió de la siguiente forma: Pereira de Faría 10 %, Figueredo hijo 10 %, De Souza 10 %, Coelho de Meyrelles 10 % y Sa Pereira 10 %.

   Coelho de Meyrelles, Cónsul de Portugal durante el gobierno de Rosas, sería el encargado de poner en marcha las estancias y un establecimiento que cambiaría definitivamente las características de la región: el saladero.

   Ya en ese tiempo, según el "mapa catastral del año 1864", los terratenientes habían cambiado debido a las expropiaciones que habían sufrido los primitivos, por el alzamiento contra Rosas.

   Al norte Pedro Camet y seguido a él, Lorenzo Torres. Al noroeste Patricio Peralta Ramos, seguido por Eusebio Zubiaurre, Rudecinda Barragán, Julián Johstone y Eduardo Llanos. Al oeste, Patricio Peralta Ramos, seguido por Benigno Barbosa e Inocencio Ortiz. Al suroeste, Patricio Linch, seguido por La Sociedad Rural Argentina. Al sur, Benigno Barbosa y la Sociedad Rural Argentina.

   Ya en el año 1892, el mapa catastral presentaba profundos cambios. Al norte, Pedro Camet, seguido por José Gregorio Lezama. Al noroeste, Eusebio Zubiaurre, seguido por Rodolfo Monez Cazón. Al oeste, Patricio Peralta Ramos, seguido por José Gregorio Lezama, Marta Errecaborde, José Peralta Ramos, Jacinto Peralta Ramos, Desiderio Ortiz y Pedro Luro. Al suroeste, Juan Barreiro, Patricio Peralta Ramos, Eduardo Peralta Ramos, Eduardo y Miguel Alfredo Martínez de Hoz. Al sur, Patricio Peralta Ramos, seguido de los hermanos Eduardo y Miguel Martínez de Hoz.

 
EVOLUCIÓN DE LA PROPIEDAD DE LA TIERRA EN LA ZONA:

Año  1747  -  Reducciones Jesuíticas Del Pilar y de Los Desamparados. Estancia de la Reducción.

Año  1813  -  Donación a pedido del Dr. Planes y concedido a Pedro Trápani.

Año  1815  -  Donación a Pablo Ezeyza.

Año  1819  -  Donación a Pedro Alcántara Capdevila, Lorenzo López y Pedro Trápani y Patricio Linch.

Año  1826  -  Enfiteusis a Pedro Alcántara Capdevila, Sociedad Rural Argentina y Pedro Trápani.

Año  1828  -  Venta a Ladislao Martínez.

Año  1847  -  Venta a Gregorio Lezama, Sociedad Rural Argentina.

Año  1856  -  Venta a Mauá, Meyrelles, Pereira de Faría, Figueredo hijo, De Souza y Sa Pereira.

Año  1860  -  Venta a Coelho de Meyrelles.

Año  1860  -  Venta a Patricio Peralta Ramos, Eusebio Zubiaurre, Benigno Barbosa y Anarcasis Lanús..

Año  1861 -  Venta a Pedro Luro, Eduardo y Miguel Martínez de Hoz, Cornelio Viera y Cipriano Valdez.

Año  1864  - Venta de terrenos para el tejido del poblado de Mar del Plata y 13 subdivisiones

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(1)- Ramos Mejía, Enrique: "Los Ramos Mejía. Apuntes Históricos". Bs. As., Emecé, 1988

(2)- Archivo de la Dirección de Geodesia, Mensura nº 4, del Ptdo. de Mar Chiquita, Ministerio de Obras Públicas de la Prov.de Buenos Aires

(3)- Halperín Donghi, Tulio: "La expansión ganadera en la campaña". pág. 30.

(4)- Archivo de la Dirección de Geodesia, Mensura nº 1 del Ptdo. de Gral. Pueyrredón, Mº Oº Públicas, Prov. de Bs. As.

(5)- Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Escribanía Mayor de Gobierno, Leg. 140, Expte. 11390/0.  

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