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CAPITULO 8

AVANCE MILITAR CONTRA LOS INDIOS


   Durante el año 1770, en estas sierras se produjeron enfrentamientos con grandes pérdidas para los indígenas.  El Capitán Juan Antonio Hernández, a cargo de la expedición contra los indígenas, relata lo sucedido el 1 de octubre de ese año: "...conforme iban huyendo, iban cayendo en las manos de los nuestros... Se dispuso el que contasen los cuerpos y se hallaron 102: no se duda el que fuesen más los muertos, pero como fue tanto el desparramo y los lugares tan escabrosos, no se pudo saber con exactitud esta diligencia.  En esta refriega perdimos un hombre...".

   A estas campañas contra los indígenas se fueron sumando otros factores políticos, como la conformación de la nación argentina y el interés por los territorios del sur desde el inicio del siglo XIX.  La incidencia de estas cuestiones derivó en un proceso de despoblamiento o retracción de ciertas parcialidades indígenas hacia la región oeste y sur de Buenos Aires (valles de las sierras de la Ventana).  Este panorama se vio agravado por el avance militar de la frontera sur y la fundación de fortines y poblados permanentes (Dolores, Tandil, etc.) a partir de 1820.

   En el año 1810, el río Salado seguía siendo la frontera que la Revolución obligaría a descuidar.  La continuidad de la etapa (años 1790-1820) es clara.  El nuevo régimen con limitada atención retomó su avance.  En el año 1817 -en un marco dominado por las dificultades políticas y económicas, vinculadas con la lucha por la independencia- se llevó a cabo la fundación de Dolores, el primer centro de población surgido al sur del río Salado.

   En el año 1820, el derrumbe del poder nacional otorgó autonomía a Buenos Aires, que además heredó casi todos los ingresos fiscales de aquél. Esta situación permitió el retorno a una política de más activa expansión sobre las tierras indígenas.  La paz de 1820, marcó el inicio de un avance frontal más allá del Salado, primero hacia el oeste y luego con mayor ímpetu hacia el sur de la provincia.

   Tomando como vértices a los fuertes de Laguna de Potroso o Fuerte Federación (hoy Junín), el de Cruz de Guerra (hoy 25 de Mayo) y el Fuerte Independencia (hoy Tandil), se fue componiendo la línea fronteriza, la que se uniría más tarde con las fortificaciones de Laguna Blanca y Azul.  De esta manera, la zona de frontera quedaba situada a la retaguardia de los actuales partidos de Rojas, Junín, Bragado, 25 de Mayo, Azul, Tandil y Lobería.

   Con la incorporación de los territorios entre el Salado y la primera cadena de sierras pampeanas, se produjo el correspondiente abandono de los indígenas de las tolderías concentradas desde el Vuulcán (hoy Puerta del Abra) hasta el Cairú (sierras del Tandil), arreando y protegiendo su ganado y en ocasiones sus vidas, hacia el interior del territorio.

   Hacia el año 1820, se desarrollan tres procesos íntimamente vinculados. El aumento de los precios internacionales de los productos pecuarios (especialmente cueros), que llevó a una gran elevación del precio interno del ganado, así como del valor de la renta de la tierra.  Cada cuero costó el doble y cada animal el triple. Además, la guerra de la Revolución y las llamadas civiles, interrumpieron la prosperidad ganadera de Entre Ríos y la Banda Oriental, zonas que habían llevado adelante una participación mayor que la propia Buenos Aires, en los envíos de cueros hacia Europa, a fines del período colonial (1).  Ante estas oportunidades, la obtención de tierras nuevas parecía imprescindible y el avance de la frontera se planteó como una necesidad universalmente sentida en Buenos Aires.  No fue extraño, que la ciudad se volcase hacia su propia campaña en búsqueda de una recuperación económica.

   Las características socioeconómicas de esta etapa, podrían sintetizarse en cuatro puntos. En primer lugar, la elite mercantil colonial, se volvió terrateniente. Propietarios rurales importantes no faltaron en la etapa virreinal, pero el lugar de éstos en la sociedad porteña estaba lejos de ser el que comenzaron a ocupar.

   En segundo lugar, ni los cambios en la política de tierras, ni la incidencia de la tensión política (que se traducía en donaciones y confiscaciones, particularmente frecuentes entre los años 1838 y 1845), bastaron para afectar el régimen de propiedad.  

   En tercer término, pese a estar principalmente orientada hacia un mercado en ultramar, con fuertes oscilaciones de precios y demanda, la explotación ganadera se presentó cubierta de cierta "invulnerabilidad". Influyó primeramente el desarrollo de una ganadería de tipo extensivo, que permitió limitar o hacer cesar la oferta en períodos desfavorables. Por otro lado, las inversiones iniciales continuaron siendo bajas, pues el valor de las tierras siguió ocupando un lugar secundario.  Precisamente la abundancia de tierras públicas, fue el freno a la sobrevalorización de las privadas (la especulación en tierras no fue un rasgo característico de la economía rural porteña, sino a partir del año 1850).

   En cuarto término, fue que el poderío mismo de los grupos que se adueñaron de la tierra, les aseguró el papel protagónico.  El Estado provincial jugó en este proceso un rol importante.  Además de emprender la defensa misma de la frontera y tomar a su cargo la administración de la campaña, se adjudicó en principio la tierra, buscando brindar una seguridad jurídica a las propiedades y permitir el mantenimiento del bajo valor de las mismas.

   Dentro de la política de frontera de Juan Manuel de Rosas, caracterizada por la búsqueda de logros en el corto plazo por distintos medios (intimidación, conquista, alianzas, tributos, convenios de paz, etc.), hay un evidente y marcado movimiento en dirección sur, hasta alcanzar Bahía Blanca y Patagones (avance militar del año 1833).  La superficie controlada por la Provincia en ese momento, es estimada en 182.655 kilómetros cuadrados (2).  Sin embargo, estas posesiones -sin mayor consolidación- se vieron retrotraídas luego de la batalla de Caseros, pues en el año 1855, el área con gobierno efectivo era apenas de 88.688 km2.

   Al finalizar la década de 1850 se retoma el avance, trazando nuevamente la frontera desde el río Quequén Grande, una línea externa a las sierras del Tandil, Tapalqué, Fortín Esperanza, Cruz de Guerra, Bragado y Junín. A partir de 1860, el movimiento se hace lento, pero se estabiliza la ocupación, asegurando una amplia expansión sobre la costa sur.

   Dentro de estos lineamientos generales, fue teniendo lugar la expansión de la frontera sur, hasta su desaparición a fines del año 1889.

   En tanto, el comercio y la resistencia indígena proseguirían bajo la forma de alianzas y confederaciones indígenas, hasta 1870 en algunos puntos de nuestra región y especialmente en el oeste y sur de la actual provincia de Buenos Aires.

   Las relaciones entre "indios" y "blancos" se dieron en un marco de fuertes tensiones.  Fueron comunes las alianzas, pactos y negociaciones entre los caciques que controlaban el territorio pampeano y los gobiernos instalados en Buenos Aires.  A pesar de ello, hubo conflictos con las tribus que impedían la ocupación de sus tierras durante el período colonial y en los tiempos posteriores a la independencia hasta bien entrado el siglo XIX, especialmente en el sur y oeste de la provincia de Buenos Aires.

   Los gobiernos que tenían su sede en Buenos Aires y las personas interesadas en mantener sus propiedades rurales lejos de la amenaza de indios, se preocuparon por consolidar una frontera que permitiera el avance de los poblados y las estancias de los blancos.  Los indígenas no se resignaron fácilmente a perder los territorios que consideraban propios.

   La primera línea de fortines se planeó y ejecutó en 1779 por orden del virrey Vértiz.  Se construyeron cinco "fuertes principales": en Chascomús, Monte, Luján, Salto y Rojas.  Entre ellos se levantaron cuatro "fortines" más pequeños en: Lobos, Navarro, Areco y Melincué.

   A pesar de esto, la sociedad blanca y la indígena no fueron dos mundos aislados.  El comercio constituyó el eje de sus relaciones, de modo que hábitos, usos y costumbres de los blancos, penetraron en la sociedad indígena.  Por su parte, los campesinos criollos adoptaban muchos elementos de los indios.  Los territorios del sur bonaerense, el sector donde hoy se encuentran Mar del Plata, Balcarce, Tandil, Lobería, Quequén y Necochea, permanecieron bajo el control de los grupos indígenas hasta 1820, momento en el que se produce una fuerte expansión de las estancias dedicadas a la ganadería.

   En los tiempos en que Martín Rodríguez fue gobernador, se organizaron varias expediciones militares contra los indios de la zona del Tandil.  Allí, se fundó el "Fuerte Independencia" donde mas tarde se estableció el pueblo de Tandil.  Los indígenas, que vieron con preocupación la instalación de asentamientos permanentes en sus tierras ubicadas "más allá del Salado", atacaban con  frecuencia a los guardias y habitantes del lugar. Hacia ese año se habían militarizado, es decir, se afianzó una jerarquía de mando militar constituida por los caciques, caciquillos y capitanejos.  Los parlamentos y asambleas eran reuniones presididas por los jefes indígenas, en las cuales los banquetes, las bebidas y los discursos formaron parte de estas complejas ceremonias políticas, que iban a la par del ya citado proceso de diferenciación social.

   Centenares de lanceros o "indios de pelea" al mando de los caciques cabalgaban cientos de kilómetros hasta las llanuras donde atacaban a las estancias, arreando caballos y vacas que después vendían a otras tribus que las comercializaban en Chile.

   Estos malones además de tener el carácter de una empresa económica colectiva y organizada para la captura de ganado en la frontera, fue una actividad guerrera en la que se producían asesinatos y toma de cautivos, en especial mujeres y niños.

   Los viajeros y expedicionarios fueron los que llamaron a estos territorios de la pampa húmeda, el "desierto", porque eran prácticamente desconocidos para ellos.  Los indios, en cambio, conocieron profundamente sus recursos, aguadas y caminos, manteniendo en secreto esta información para impedir el avance de los blancos hacia el sur-oeste.

   Las grandes estancias de la región pampeana no se establecieron sobre un desierto ni sobre "tierras vírgenes".  Los indígenas ocuparon un amplísimo territorio en nuestra región, comprendido por el Arroyo Chapaleofú, el Río Salado y el mar, hasta que comenzaron las campañas de Martín Rodríguez, gobernador de la Provincia de Buenos Aires.  La expansión nacional hacia el sur, prosiguió con extraordinaria dinámica atravesando el Salado y cubriendo un territorio que se extendió hasta Bahía Blanca y Sierra de la Ventana.  La disminución del ganado cimarrón, ya notoria desde el siglo anterior y el avance de la frontera, privó a los indígenas de riquísimas tierras de pastoreo y generó la resistencia de éstos, cada vez más obligados a obtener los ganados en las, ahora, estancias de los cristianos. De esta forma simplificaron y justificaron su posición como conquistadores, pues "los indios" fueron tratados como pueblos inferiores.

   Los sucesivos enfrentamientos militares provocaron el progresivo desplazamiento indígena de nuestra región hacia el oeste, a los campos de Carhué, a los valles del oriente de la actual provincia de La Pampa y al valle del río Colorado.  Pese a esta retracción, los indígenas no abandonaron totalmente las tierras fértiles de la campaña bonaerense.  Algunos grupos permanecieron instalados en las tierras consideradas "del blanco", en calidad de aliados de las autoridades militares y gubernamentales.  Se comprometían a prestar ayuda militar contra otras tribus y a apoyar al gobierno en los conflictos políticos.  A cambio recibían productos que se habían convertido en necesarios para la vida cotidiana de la toldería,  como ganado, yerba, azúcar, aguardiente, artículos de metal y prendas de vestir.

   Sin embargo, caciques que eran considerados "amigos" por los blancos, como Catriel, en ocasiones actuaron con sus lanceros en la organización de malones y saqueos a las estancias.  Los grandes malones fueron el resultado de una competencia cada vez más agresiva entre la sociedad indígena y la blanca, estimulada por el control de tierras, ganados y por el aumento de la demanda en el mercado chileno.

   El peligro de las invasiones y ataques de malones a las poblaciones de frontera no desapareció hasta fines del siglo XIX, cuando fueron derrotados los indígenas que resistían el avance del ejército argentino.

   Durante este lapso de tiempo, los grandes capitales nacionales se enfrentaban para arrebatar territorios a los indígenas en búsqueda de alimentos, materias primas para sus industrias y mercados para sus productos.  Argentina empezaba a ocupar su lugar en el mercado mundial, como productora de alimentos y materias primas destinados a los países europeos.  Este proyecto requería de una organización política fuerte, un Estado nacional dirigido por una elite, con instituciones estables y fronteras "pacificadas".  La región pampeana fué apropiada, ocupada, su población indígena eliminada física y culturalmente y sus productos destinados a Europa.

   Como ya se ha visto, las relaciones blanco-indígenas fueron desde el inicio problemáticas.  Ya en los tiempos de la colonia, los europeos habían demostrado sus intereses expansivos y cuando se consolidó el orden político independiente, los gobiernos que tenían su cabecera en Buenos Aires y los de Mendoza, San Luis y Córdoba, se dedicaron a establecer centros estables de población blanca en los territorios que los indios habitaban desde milenios.

   El cacique Cafulcurá, logró constituir una confederación que englobó a los distintos cacicatos y alcanzó, de este modo, el punto mas alto de concentración política que lograron los indígenas.  La derrota de este cacique en San Carlos (1872) fue, en realidad, obra de Catriel y Coliqueo, que combatieron como aliados de las fuerzas nacionales.  A la autonomía indígena le quedaba por entonces poca vida y los grandes malones entre 1875 y 1876 fueron el último gran intento ofensivo para defender sus posesiones ante el avance de la llamada "civilización".

   La denominada "Conquista del Desierto" de 1879, encabezada por el General Julio Argentino Roca, fue un etnocidio, una guerra de exterminio de la población indígena y su cultura.  La llegada al Río Negro y la ocupación de Choele-Choel, significó la incorporación de alrededor de 1.000.000 de kilómetros cuadrados de ricas tierras al dominio del Estado argentino.

   En los años siguientes se completó la ocupación de toda la región patagónica, incorporando esas tierras a la administración del Estado argentino.  La población indígena sobreviviente fue sometida al trabajo rural; los hombres actuaban como peones en las estancias donde se criaban ovejas y las mujeres y niños, sirvientes.  En muchos casos los miembros de las familias fueron separados y dispersos por varias provincias.  La mayor parte de los grupos derrotados, tuvieron que instalarse en tierras poco fértiles, aislados y marginados.  Allí se dedicaron a la cría de ganado menor en forma extensiva.  Algunos caciques, como Namuncurá, Sayhueque y Coliqueo, que habían colaborado con el gobierno en las luchas por el territorio, recibieron tierras donde instalarse con sus comunidades, pero debieron afrontar una gran cantidad de dificultades para acceder a su propiedad definitiva.  Por ejemplo en la provincia de Buenos Aires, Coliqueo recibió durante la presidencia del General Bartolomé Mitre, la donación de 16.400 hectáreas en el Partido de General Viamonte, en plena pampa húmeda, donde la tierra es de excepcional calidad y apta para la producción diversificada.  Justamente, la fertilidad del suelo y la cercanía con los centros poblados, hicieron que poco a poco, con diversas usurpaciones y engaños jurídicos, la tierra fuera quedando en manos de otros propietarios y actualmente la superficie ha sido reducida a 4.021 hectáreas.

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(1)- Halperín Donghi, T.: "La expansión ganadera de la campaña de Buenos Aires (1810-1852). Di Tella, G.- "Los Fragmentos del Poder", Bs. As., Ed. Jorge Álvarez, 1968. - Garavaglia, J.C.:"La formación y el desarrollo de la frontera en la región pampeana (siglos XVIII y XIX)", en Actas del Primer Congreso Internacional de Etnohistoria, Bs. As., julio de 1989.

(2)- Censo Provincial del año 1881.

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